martes, 28 de enero de 2014

Confianza

Al fin una buena noticia. No dejaba de salirme todo mal: las notas que me piden en la universidad a la que aspiro son demasiado altas, me achanta el estudiar un idioma nuevo, no me siento bien con lo que me estoy aplicando este año, no dejo de tener discusiones tontas, me siento muy solitario últimamente, estoy teniendo una mala racha en el LoL, las olimpiadas matemáticas no me salieron demasiado bien...

Ay, las matemáticas. Me di cuenta gracias a las competiciones que son mi asignatura favorita. Y precisamente esta mañana, caí en que las últimas olimpiadas en las que he participado, son las últimas en las que participaré. El año pasado pude alcanzar el segundo lugar con apenas dos días de preparación, y esta vez me las había preparado un año entero. Soy el único de mis compañeros que de verdad ha estudiado para esto. Quizás por eso tenía tanto miedo.

Antes pensaba que lo mío era estudiar, que servía para los estudios. Pero últimamente me siento simplemente uno más del montón. Solo alcanzo notas aceptables cuando estudio con mucha antelación, y ni siquiera son todo lo buenas que me gustarían. Me exijo demasiado, lo se. Pero es que nunca me ha gustado conformarme, y aspiro a objetivos muy altos. Por eso me gusta tan poco sentir como esos objetivos se alejan en lugar de sentirlos más cerca.

Ahora, después del año de preparación, hice el examen. Me encanta tener 7 horas para resolver 6 problemas, no es ninguna broma. Iba a echar tanto de menos las competiciones...

Pero volvamos unos días atrás en el tiempo. Antes de mi despedida al mundo competitivo, mi profesor de matemáticas me había dicho algo interesante. Me dijo que había reconocido mi letra en uno de las pruebas de la olimpiada. Por supuesto, el examen lo corrigen varios profesores, de forma que no hubo ningún favoritismo. Y me dijo que si mi método era el de este examen, yo había realizado casi perfectamente ese ejercicio que no había sabido hacer casi nadie. Y yo no me acordaba ya de que método apliqué, pero recuerdo haber identificado cada número con una letra para que fuera más cómodo, y parece que el que hizo este ejercicio también.

Sigo sin saber si ese ejercicio era mío. Pero me abrió los ojos, tanto que me preocupé por mi vista. ¿Era posible que me clasificara, después de mi pesimismo ante el examen? Al fin y al cabo había hecho todos los problemas, y yo me comparaba con otras personas y ahí era cuando pensaba que lo habría hecho mal. El caso es que si fracasaba, esta vez la decepción sería mayor, y yo era consciente de ello.

Las otras personas son horribles. Yo soy aquel que siempre se queda segundo: soy muy bueno en algunas cosas, pero nunca soy el mejor. Siempre hay alguien por encima mía, y por mucho que me esfuerzo, no soy capaz de superarle. Y si no soy capaz de superar a un compañero de clase, no iba a ser capaz de superar a todos los participantes de mi comunidad autónoma.

Ya va siendo hora de volver al presente. Esta mañana, mi profesor de matemáticas anunció que se encargaría de preparar a los alumnos hacia la siguiente fase del evento, la fase nacional. Ahora que lo pienso, fue en ese momento cuando me di cuenta de lo que iba a echar de menos estos sucesos. Y le dije a mi compañero de mesa, que aunque no me clasificara, iría a estas clases, porque quiero ampliar mis matemáticas en lo posible. Al final de la clase, el profesor seguía convencido de que el ejercicio tan bien hecho, era mío, y me quería hablar sobre las olimpiadas nacionales. Sin embargo, se mordió la lengua: no quería ir demasiado lejos para que después no acabara clasificado.

En esa misma clase, había dicho mi profesor que los resultados de los primeros de las olimpiadas saldrían a la luz esta semana. Y además, que una compañera mía había ganado un concurso independiente de matemáticas (como no, ella participaba en las olimpiadas, y yo la veía como un rival más cualificado que yo)

Ya estaba seguro de que llegó mi fin. Y en ese momento, a la tarde, sonó mi móvil. Un número desconocido. Así es como me anunciaron que acabé en segundo lugar el año pasado, así que no pude evitar considerar esa opción en primer lugar. Fue algo soberbio por mi parte pensarlo, pero tenía mis razones. En ese momento, escuché la mejor de las voces que podía escuchar en ese momento: el organizador de las olimpiadas matemáticas de mi localidad


Hablé de manera larga y tendida con él, abandonando por un momento a mi equipo de cierto videojuego ya nombrado. No solo había acabado el PRIMERO en mi localidad, sino que además me reconoció. Le he caído bien, y está dispuesto a ayudarme en lo necesario. Además, me ha explicado que ha comparado mi examen con el del resto de clasificados de otras provincias, y me ve con un puesto en la olimpiada nacional casi asegurado. Así que es casi seguro que mi viaje en las matemáticas no haya acabado todavía.

Necesitaba escuchar algo así. Algo que me dijera que no he dejado de ser aquel chico estudioso, que no se rinde nunca, que no deja de mejorar y que le encanta lo que hace. Creo que ya vuelvo a tener tanta confianza en mi mismo como antes. Que se prepare el mundo para mi regreso, o lo que quede de él

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